“Los remeros reales”
Los remeros reales
El barón se ha asomado por el ventanal de arco lobulado y ha quedado desconcertado, gallos y gallinas corrían atemorizadas de un lado para otro en cueros vivos, ¡hasta las ponedoras! Una sospecha le torció el gesto. ¿Se habrá insubordinado la mesnada harta de pasar calamidades y más hambre que los ratones de una iglesia?, ¿le habrán desplumado su tesoro avícola para lanzarlo a la cazuela?… Y lo que más le enfurruñó: ¿estará detrás de la conspiración el mayor granuja que haya parido madre, su escudero y hermanastro secreto? Alarmado por la situación y en paños menores, a grandes zancadas y desafiante con un candil en una mano y la tizona en la otra, bajó las escaleras de la torre gritando como un poseso.
-¡Malandrines, hijos de ramera, me las habréis de pagar todos con vuestras vidas miserables!… ¡Alto ahí bellacos!
La luz del candil va dejando en las paredes una sombra alargada y terrorífica en la que resalta la borla de su gorro de dormir. Al pasar por un recoveco en penumbra, su sombra le da un repullo y golpea con fuerza la espada contra el frío muro de piedra saltando chispas. Acerca el candil para mira la hoja de templado acero toledano y farfulla: -¡Me cachis en la mar!, ¡le han salido dos mellas!
Un fuerte olor a carne chamuscada le recorre la nariz, viene desde la chimenea del salón de invitados por lo que presto, hacia allí dirige sus iracundos pasos. Al llegar al lugar se detiene en seco y observa atónito, como la robusta mesa de roble que descansa en el centro del salón, ha sido profanada por los mozos de cuadra quienes ajenos a su presencia y a dos carillos, dan buena cuenta de las aves de su corral. Al percatarse aquellos de la presencia de su señor, quedaron petrificados, conscientes del aterrador castigo que les aguardaba. Los criados raudos se levantan de la mesa e hincando las rodillas en el suelo, se pusieron a sollozar e implorar clemencia. Pero el barón, mitad guerrero y mitad monje, ya ha decidido el castigo. La ofensa no debe quedar impune. Con rostro de circunstancias y una sonrisa beatífica ante el asombro de los mozos, se aproxima a ellos pidiendo que se aparten y le hagan un hueco en la mesa. En lugar de cortarles las manos y castrarlos como dicta la costumbre, teniendo en cuenta que aún le pueden ser útiles y son muy jóvenes, será benevolente ofreciéndoles la oportunidad de que salden su deuda, enrolándose tres años como remeros reales en la nueva flota del archiduque, conocida popularmente como “La Grada Joven” y para la que se está habilitando un nuevo puerto. Acatado el veredicto con alivio por los mozos, todavía no imaginan lo inhumano que es soportar al del megáfono y al del bombo, en un tono más dicharachero, el barón ordena abrir un odre de vino de cuatro años. Alessio que se hallaba en la revuelta con todas las trazas de ser el inductor, quedó exonerado. Por nada desearía prescindir de su servicio dada su habilidad con las manos. Lo necesita a su lado para que alivie los fuertes dolores que castigan su desmadejada espalda. Solícito y agradecido aquel le acercó una escudilla para depositar el capón que su señor eligió devorar. Seguidamente, escanció en su copa de cristal de Bohemia, el generoso líquido que resultó de una excelente cosecha de las viñas que heredó de su tía Cabecica. La operación se repitió unas treinta y dos veces.
Bien entrada la noche, un grupo de mesnaderos beodos suben las escaleras de la torre almenada cargando unas parihuelas. Recostado sobre ella arrastran a su despeluchado señor hasta su alcoba para que duerma la mona. Como la tarea les llevará su tiempo, para hacer el trayecto más agradable, deciden unir sus voces blancas: “la española cuando besa, es que besa de verdad….”. La gente ronca por los pasillos y orina por los rincones mientras que el invicto caballero, ajeno al mundo y sus pompas, le da besos a la almohada al confundirla con la molinera.
El Inter mereció más, es una pena , pudo dar la sorpresa.