5 mayo 2024
La Furia

Nueva temporada, nuevas ilusiones.

Un borrascoso viento de poniente húmedo y arrasador, ha diseminado la noticia que se ha extendido como la pólvora por montes y valles, por vaguadas y colinas, por barrancos y laderas, por ríos y acequias y que lejos de convertirse en una leyenda, ha trocado en un rumor malicioso, en un bulo, en un chisme de lavadero y de taberna. Unos dicen que le pusieron flores de ricino en unas migas de harina; otros que fue estramonio en una salamandroña. La mayoría piensa que fue una venganza de la madre de la molinera que le echó mal de ojo. También hay quien sospecha que pueden ser los síntomas de una extraña enfermedad que contrajo en Tierra Santa. Al principio se conoce por tercianas, una fase febril intermitente a la que acompañan ruidosos eructos y ventosidades cebolleras. Al final termina con melenas, una pérdida de sangre con diarrea total e insomnio. Se ha llegado a oír que se le ha caído el pelo a cachos de la cabeza.

La verdad es que el barón no encontrará una pastilla de Tranxilium por más empeño que le ponga. No debemos olvidar que se trata de un noble caballero del siglo XIII. Su coetáneo heredero no le recomendaría acudir a los potingues de Maritornes, la de Los Bérchules, pues producen esas diarreas que los galenos llaman melenas. Aún menos a Cabecica la Chumbera, que ha matado a más personas que el cólera con su ungüento a base de rabos de víbora, turrillos de caña, orines de gato asilvestrado y ortigas en salmuera. Y encima, tiene el valor de llamar a su revoltijo “la gracia del cielo”. Lo que le ha recomendado su descendiente es la ingesta de cuatro vasos de vino de la costa, cuatro lonchas de jamón y una buena siesta. Pero, dejemos de escudriñar la vida privada de nuestro caballero celoso de su intimidad y mejor vayamos a lo que hoy ha escrito. Probablemente tenga interés porque lo que escapa del alma sin ataduras ni prejuicios, con respeto pero sin concesiones, es como el agua limpia y trasparente de un arroyo allá arriba en las montañas, en el aire limpio y sincero de la íntima convicción.

Todos los perdedores se unen para agotar al ganador. Así lo ha entendido el barón cuando esta mañana al husmear en su “ceboclick”, se encontró con una nota oficial de la corte que le llegó a través de una paloma mensajera en la que se desmentía, que el archiduque fuese a dejar el cargo como al parecer, algún mentecato dejó correr por las alcantarillas.

El barón es directo a la hora de hacer valer sus convicciones, no ha ahorrado argumentos para rebatir las argucias, los embustes y las maldades de tanto rufián como anda suelto por esos predios. No es siervo de nadie e igual que hace un tajo en la cerviz de un sarraceno, no se amilana en lanzar el guante a un caballero. Dicho en román paladino, no se casa con nadie. Es por ello que, cuando ve la debilidad donde debería brillar la fortaleza, observa vacilación donde ha de resplandecer el empuje, ensarta la adarga en tierra y desenfunda la espada.

Al menor descuido, los “haters” nos visitan con sus pinturas de guerra lanzando por los foros mensajes tremendistas, capaces de convertir a un hombre de misa y comunión diaria, en un engendro del averno. El barón sospecha que los culpables de esta demoníaca situación son los vigías de la corte cuyo aparente desempeño, es como poner a Santa María Goretti a regir una casa de lenocinio.

El barón considera que la providencia nos ha concedido el lenguaje para disfrazar los pensamientos y que los pinochos, han trasformado en arte el retorcimiento de las palabras para encubrir sus maldades. Si la realidad y nuestra doctrina no coinciden, decía Lenin, hay que cambiar la realidad. Y es cierto, apuntilla, porque es entonces cuando se destapa el frasco de las bellaquerías, el embuste y las zancadillas; toda la malignidad que reside en la truculenta mente humana sostenidas, por una caterva de anónimas comparsas que abducidas por sus pláticas, acaban convertidas en cómplices conspiradores. El binomio pinochos sin escrúpulos y anónimas comparsas, fácilmente puede terminar siendo una tiranía insoportable.

El joven In The Garden, su coetáneo heredero, contempla desde el atrio los tallos de su radiante jardín a la espera de que en la próxima primavera, florezcan hasta alcanzar el cielo. No tiene asuntos que atender y reposa relajado en una hamaca de anea mientras su paladar, explora y se recrea con una balsámica infusión de té. A sus pies le acompaña Gran Can, su amigo canino, quien atentamente le observa tratando de averiguar lo que se fragua en la mente de su amo. El menor de sus tres hijos, Dylan, cogió la mochila y se fue en bicicleta a dar sus vespertinas clases de música mientras que Luna, su compañera sentimental, a quien conoció cuando se hizo “hippie”, un intervalo de su vida en el que perdió el “oremus”, acababa de salir para realizar unas pequeñas compras en el pueblo. Los gemelos pelirrojos de piel anacarada, terminadas sus vacaciones, regresaron a Londres con su madre, Elise, su primera esposa. Poco a poco todo vuelve a la normalidad en la blanca torre almenada.

En pocos días, apenas una semana, se abre la puerta a una nueva e ilusionante temporada para la que se espera, estar preparados si bien, la pretemporada dejó algunas dudas. Se está pendiente de la posible llegada del “lilium longiflorun”, llamado también por otros “la tortuga”, con el deseo de que conquiste el corazón de una parte del populacho al que por anteriores desaires, no germinó, se le contempla con indiferencia. Quizá sea el ornamento necesario que colme de satisfacción tan apreciado jardín.

En su adorado jardín el tiempo se solapa, se perciben rutilantes acordes que evocan idílicas y antiguas leyendas. Las joviales ninfas chapotean felices y entre risas en las púrpuras lágrimas de una fuente encantada mientras que los duendes, caprichosos, convierten los dulces y bellos momentos en un relajante nirvana. Tan solo le inquieta una amenaza, “los pinochos”, esas criaturas grotescas que acechan ocultos entre las ramas para depositar sus detritos. Tanto placer y tanta paz les resulta insoportable.

El barón al final hizo caso a su actual heredero y se levantó hecho un mozuelo. Después, cogió la zampoña, montó a Merengue y se dirigió río abajo al encuentro con la molinera. Estará de vuelta para la cena o quizá, aparezca entrada la mañana esbozando una pícara sonrisa y canturreando.

En todas partes te oigo,

En todas partes te miro,

No estás en todas partes,

Es que te llevo conmigo.

2.3 3 votos
Article Rating
Subscribirte
Notifica de
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Me gustaría saber que piensas, por favor comentax