5 mayo 2024
La Furia

IN THE GARDEN.

Le vemos apoyando las manos en las troneras que coronan la torre mientras que con la mirada vagamente perdida en el alargado y tenue horizonte, observa las ondas que la brisa provoca sobre un mar vestido de color turquesa. Su olla cebollar le quema las entrañas cuando observa esa Hispania del siglo XXI cercana a las hordas de los suevos, los vándalos y los alanos. A los últimos los menciona porque en sus ensoñaciones, el barón cree tener un cercano antepasado que se llamaba Aluiko.

Los días se suceden en la blanca torre almenada en un piélago de incertidumbres. Un fuerte olor a incienso se propaga por el aire desde la capilla penetrando por todas las habitaciones. Los mesnaderos, a la espera de que su señor ordene algún servicio, alivian la tensión del momento con galones de vino de su reserva mientras las alegres doncellas, buscan los rincones más discretos previamente  limpiados los excrementos y orines de perro, para filtrear con los mancebos a quienes entre risillas y carantoñas, permiten posar las manos en sus turgentes y abrasadores pechos. El vástago del varón libre de trabajos y esfuerzos, sortea a  las mozas con pellizcos en el trasero articulando palabras que por pudor, se hará bien en omitir. El jodído ha salido a su padre.

El barón ha regresado a su imprevisible vida, la propia de un caballero guerrero en la que transita de supernumerario a excedencia forzosa, de suspendido de empleo y sueldo a hiperactivo. Ha tirado en un rincón de su cuarto los naipes, los dados y los ripiosos versos a su amada, la de los dorados rizos e insinuante mirada, la evanescente princesa de sus fantasías. Ya no irá con la zampoña a su atalaya a cantar en las noches del estío, dejará licencia a los trovadores para que la embelesen antes de irse a dormir y entrar en el prodigioso y onírico mundo de los sueños. Entre tanto y ante si la nueva temporada, organizará y armará a su tropilla para salir a campo abierto a la búsqueda de nuevos azares para deshacer entuertos. Pero sentado junto a su tonelillo de vino de Molvizar lo piensa mejor y decide dejar para más adelante sus afanes. Se dirige a las cuadras y ensilla a Merengue. Después, baja hasta la playa para bañarse en las tibias aguas de un abrasivo verano mientras en el horizonte, el sol  despierta levantando tímidamente el vuelo con destellos violetas y anaranjados. Para no ser sorprendido desnudo desde el camino por alguna moza o arriero de paso, en el siglo XIII no estaba bien visto, se oculta tras un parduzco peñasco y escribe.

Los lectores habrán oído hablar de la Ley de Murphy y el Principio de Peter. La Ley de Murphy es una certeza empírica según la cual, “si algo malo puede pasar pasará”.  En lenguaje coloquial significa que si la tostada cae al suelo, lo probable es que lo haga por el lado de la mantequilla. El Principio de Peter nos propone la siguiente reflexión: “todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”. En román paladino: si quieres premiar a un buen tornero, no lo hagas jefe de personal porque perderás un buen tornero y ganarás un problemático jefe de personal. La marcha de un arquitecto no debería ser suplida por un aparejador, ambas funciones son necesarias y a la vez distintas.

En la pretemporada, el ingeniero jefe de obra nos ha sorprendido modificando los planos y los contrapesos de la estructura. Incluso parece quiere realizar fuera del proyecto una piscina que no recibe agua y lanzarse de cabeza. Ha colocado al peón albañil en el puesto del electricista, al ferrallista de fontanero y el resultado ha sido desolador, ha formado un atacó y reventaron las cañerías. Esperemos sea consciente del peligro que supone para sus ocupantes, un edificio sin la conveniente solidez de su estructura y los detalles.

El barón es un hombre romántico de amplia sensibilidad musical, “bon vivant”. Es un hombre acostumbrado a viajar y Merlín le introdujo en el esotérico mundo de las ciencias ocultas. Es un hombre flemático, analista y observador. Se puede decir rotundamente que es una persona cabal, una especie en extinción. Pero cuando considera que ha de deshacer entuertos, se transforma en un ser irrascible que tiene los colmillos más retorcidos que el muelle de un bloc.

El barón está  de vuelta en su blanca torre almenada sano y salvo. Se dirige al baño para quitarse el polvo y los piojos que recogió por el camino asegurándose de que desaparecían ahogados por el sumidero. Seguidamente se acercó al jardín para contemplar las plantas y tomar un té acompañado de su paciente esposa. Los jacintos y artemisas acariciados por una suave brisa, se alzan en el aire perfumando el ambiente a la espera de que llegue el lilium.

Desde su confortable paraíso colmado de esencias florales, con el sereno gorgotear del agua escapando de una fuente formando pequeñas cascadas, el barón respira profundo y observa las estrellas sin terminar de imaginar, sin ser plenamente consciente, de las venturas y peligros que nos aguardan. Como dijo Hipócrates, el sabio de la Grecia Clásica: “La vida es breve, el arte largo, la ocasión fugaz, el experimento peligroso y el juicio difícil”.

Terminando su escrito recibió la triste noticia de una perdida irreparable. Coutois, un valioso oficial, ha sufrido una lesión que le tendrá apartado toda la campaña.

El barón no quisiera retirarse retratando un panorama sombrío. Con una sonrisa recordó con regocijo aquella emotiva fecha en la que enfundado con una cegadora armadura ofrenda del Guardián manco de Jerusalén por sus valerosos y eficientes servicios, a lomos de sincero, enjaezado para la ocasión con una gualdrapa de tela blanca, un sorprendente penacho azul con plumas de cacatúa de la amazonía, una reluciente testera de piedras preciosas engastadas en oro por un morisco orfebre de Granada, fue recibido por el rey Arturo y los doce caballeros de la “round table”, o mesa camilla, en el impresionante y engalanado castillo de Camelot propiciando su fastuosa entrada y desfile hasta la torre principal, una festiva lluvia de pétalos y la tradicional fanfarria.

Se le acabó el papel. (Fin)

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