“YO SIGO”
“YO SIGO”
Nuestro caballero hoy despertó como de costumbre al romper el alba, lleno de vigor y listo para emprender una venturosa cabalgada. Desayunó sin olvidar tomar la pastillita de magnesio para los huesos, entumecidos de tantas batallas. Se puso la armadura y ordenó a su mozo de cuadra enjaezar a Merengue, con el penacho de plumas de cacatúa amazónica incluido. Pero antes, abrió su “ceboclick” y tropezó con un titular: “Yo sigo”. Como hombre de honor y con severos principios, se sintió escandalizado.
Los caballeros andantes tienen la cabeza puesta y el corazón ocupado en cantares de gesta y romances paladinos. Su romántico y fantasioso mundo ya no existe, todo se ha contaminado de “trepajuncias” y “saltalindes” que quieren adueñarse del mundo.
Hoy es de esas veces que el barón empuña y maneja el cálamo como afilado bisturí, ocasionalmente como cimitarra, y metido como está en la farragosa y decepcionante Hispania del siglo XXI, ha estado en un tris de arrojar su olla cebollar desde las troneras de la Torre poniendo fin a sus caballerescas andanzas. Y, ¿por qué?, se preguntarán los lectores. Porque sufre la imposibilidad de trasladarse a cuerpo sobre Merengue, con la dudosa ayuda de su ladino y avieso escudero, a la malhadada Hispania de ahora. Es consciente de que su brazo sigue siendo fuerte, que Merengue no sólo es un brioso corcel y esforzado combatiente, es también un leal amigo.
De Raphael, no puede decir lo mismo. A nadie se lo ha contado, lo mantiene de escudero porque su padre, en su lecho de muerte así se lo rogó, confesando afligido y con lágrimas de sincero arrepentimiento, que el bribón, ¡es su hermanastro!, fruto de un amor prohibido con una rolliza ventera de Murtas. También es consciente de que de trasladase a la Hispania del siglo XXI, sería objeto de la rechifla del “Polit Buró” y acabaría encerrado en un gulag comido por las chinches y con un pésimo servicio de habitaciones.
Por eso, y por su endémica indolencia, ha preferido dirigirse indignado al escritorio y coger el cálamo. Después, se acercará a Gualchos para ahogar sus penas en la taberna del Jayuyo con unas habas salteadas con jamón y una barrica de vino. En este caso de La Contraviesa.
El barón tiene un pensamiento liberal en su modo de encarar la vida, de entender las relaciones humanas. Esa forma de actuar desaparece cuando se antepone el interés personal de un caradura por encima del resto de manera filibustera dividiendo. Como esa realidad no cambia, el barón entiende que a la mala intención hay que combatirla y ponerle límite.
En los tiempos de vacas flacas, lo razonable es humanizar, ser solidarios, pero cuando se pretende cambiar la verdad de manera torticera, inutilizar los mecanismos de control poniéndolos a tu servicio con el ánimo de mantener sobre los demás unos privilegios y hacer lo que te de la gana, el barón se revela y enarbola sin contemplaciones la espada.
El barón está sumido en una profunda decepción, todas las mañanas asoma sus cansados ojos por los matacanes de su blanca torre almenada esperando ver en la lontananza, la salida del rey sol… pero hace tiempo que Atón no nos ilumina.
El barón ha leído tanto de su querida España, que mira lo que sucede desde un caleidoscopio donde para su espanto, hay muchos días de la marmota. Un país con poca memoria y en el que se practica el cainismo. Un pais para golfos donde el éxito a base del esfuerzo personal genera envidia y hasta odio.
El barón sale del lodazal y se ducha con dos calderos de agua caliente. En lugar de visitar la taberna de Jayuyo, modificó sus planes y comerá en casa. No es que antes haya mentido, simplemente cambió de opinión. Entre las suculentas viandas que encontró en la alacena, apartó la leche de cabrá y los datiles de su menú habitual, eligiendo introducir en su estómago unos modestos espárragos con queso, un lomo de bacalao a la gallega y un solomillo de novillo con setas.
De postre probará la tarta de Santiago. Todo ello está vez lo regará con Chivas y Matusalén entre otros sibaritas líquidos destilados. La cuenta los lacayos la pagarán. Esperemos que esa inusitada pasión por la buena gastronómia tras los votos de pobreza que realizó al regreso de Tierra Santa, no lo obliguen a interrumpir el vuelo.
Más tarde, escaleras arriba y con la barriga llena, se encerró en sus aposentos a meditar en silencio qué haría después. Ausente al mundo y sus pompas exclamó: ¡menos mal que nos queda Múnich y si todo sale bien, Londres. Una ciudad que le sugiere un olor a musgo con una ligera fragancia a café.
Hey. A comer pipas
Leyendo de pasada encontré un par de palabras sin acento y en otra cambiado de sitio. La precipitación sin revisar.