6 diciembre 2024
La Furia

“La Olla de cebollas”.

La olla de cebollas

Al caer la fría noche el barón se encerró solo en su cubículo secreto y atrancó la puerta para impedir que le molestaran. Corrió las cortinas de arpillera y se desnudó como un santo pues así lo exigía el ritual. Del interior de una oscura alhacena sacó con sumo cuidado una olla de arcilla cubierta con un polvoriento paño que contenía cebollas crudas. La utilizaba a modo de bola de cristal para averiguar el futuro porque la que le regaló en su día el mago Merlín, acabó estrellada en el foso de la torre y se hizo añicos. Después de realizar los conjuros de rigor y tras unos momentos de una tensa espera, las repulsivas imágenes que observó provocaron que saliera corriendo espantado y bramando como un poseso escaleras abajo. Los criados que se hallaban entretenidos en la cocina jugando a las cartas, alarmados por tan horribles y extraños gritos acudieron a tiempo, antes de que la gélida noche sorprendiera a su señor cruzando el patio de armas y se quedara pajarito. Tras darle a beber una tisana de hojas de ortiga con la sumisión y el respeto que le debían, trataron de indagar qué fue lo que su señor pudo ver para que menguase su “varonía”, quedando reducida a solo dos huesecitos de aceituna de manzanilla.

No les pudo responder, con el horror aún reflejado en el rostro señaló con el dedo índice hacia arriba. Los criados, hasta un número de seis, subieron raudos y se pusieron a mirar pasmados el contenido de la olla. A los pocos segundos fueron cayendo de uno en uno fulminados. Los tres primeros valientes se retorcían de dolor sobre el suelo en una posición lamentable, parecían endemoniados. Otros dos criados lloraban a chorros en un estado catatónico mientras el sexto, haciendo acopio de una omnímoda entereza, por eso era el hombre encargado de la matanza por San Martín, soportó estoico las aberrantes y bastardas imágenes que salieron de la improvisada bola de cristal. Las escenas parecían apocalípticas, bastó una soporífera noche de insomnio por culpa de un sofocante calor para que de madrugada, los repelentes pinochos del taller de Gepetto montasen otra fiesta, se diese por sentenciado al aguerrido infante Valverde para poder pagar la compra de un exótico “pájaro” al que su dueño, agobiado por su mortificante desconsideración, pese a ponerle lechuga fresca todos los días, dicen quiere ponerlo en el escaparate antes de que en un descuido, la puerta de su jaula de oro quede abierta y se escape.

El barón tiene la mosca detrás de la oreja porque le resultan babélicas las cuentas palaciegas y tampoco entiende, las intempestivas renovaciones que el archiduque ha realizado en la guardia. El barón está dispuesto a ofrecer su alcotán favorito, “Machomorro”, que tiene más años que las palmeras de Elche… y sabe dirigir el tráfico.

Que el archiduque se desprenda de un humilde y esforzado cruzado, fogoso y trabajador, para traer a un “pájaro” pretencioso de sugerentes plumas, hay quien lo confunde con una tortuga, no es descartable, lleva siete largos años intentando atraparlo en su red y hasta ahora, solo recibió calabazas. Se quiere pensar, que esta nueva adquisición dará más brillantez a los nuevos conciertos de su renovado y faraónico teatro.

Tras la traumática experiencia y de manera imprudente, nuestro arrojado cruzado para recuperar la normalidad, escanció tres gorros de caldo costeño en su vientre, atreviéndose más tarde, a enfilar de nuevo las escaleras y entrar sigilosamente en su sombrío habitáculo secreto. Se situó frente a su oráculo cebollar, pero no tuvo tiempo de terminar los conjuros porque de la pantalla, salió una imagen con voz cavernosa presentando el horóscopo.

La imagen se va desvaneciendo y el tembloroso silencio de la oscuridad, regresa a la celda monástica de nuestro caballero penitente. El barón ya está exorcizado.

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