4 mayo 2024
La Furia

Yo acuso (Caso Mbappe).

Hoy es de esas veces que el barón empuña y maneja el cálamo como afilado bisturí, ocasionalmente como cimitarra, y metido como está en la farragosa y decepcionante Hispania del siglo XXI, ayer estuvo en un tris de arrojar su olla de cebollas desde las troneras de la Torre poniendo fin a sus caballerescas andanzas. ¿Por qué?, se preguntarán sus anónimos lectores. Porque sufre la imposibilidad de trasladarse a cuerpo sobre Merengue, con la dudosa ayuda de su ladino escudero, a la malhadada Hispania de ahora.

Es consciente de que su brazo sigue siendo fuerte, que Merengue no sólo es un brioso corcel, es también su leal amigo. Pero de Raphael no puede esperar nada. A nadie se lo ha contado, lo mantiene de escudero porque su padre en el lecho de muerte así se lo rogó, confesando profundamente afligido con lágrimas de sincero arrepentimiento, que el bribón, ¡es su hermanastro!, fruto de un amor prohibido con una rolliza ventera de Murtas.

También es consciente de que de trasladase a la Hispania del siglo XXI, sería fácil objeto de la rechifla general y acabaría en un manicomio. Por eso, y por su endémica indolencia, ha preferido dirigirse al escritorio, coger el cálamo y relatar en un pergamino su indignado: “Yo acuso”. Después, se acercará a Gualchos para ahogar sus penas en la taberna del Jayuyo, donde aliviará su estómago con unas habas con jamón y una barrica de vino. En esta ocasión de La Contraviesa. He aquí lo que nos ha dejado escrito:

El redactor de fútbol hoy se presenta como una mezcla de chovinista y macarra, pretende erigirse en el principal protagonista de un evento que no le pertenece y del que solo, es un mero relator. De manera torticera convierte el espectáculo en una apestosa cloaca en la que prima lo chabacano y los intereses partidistas hurtándose la buena información al público. Es el nefasto resultado de una negligencia que se produjo en el laboratorio donde se contaminó el ADN al intercambiar las probetas.

El periodismo clásico está sumido en un estado de descomposición tal, que los pinochos se alimentan de las bacterias que ellos mismos defecan. La noticia no se contrasta, resulta tedioso, se inventa y magnifica con un sectarismo que escandaliza. Se disfraza de información lo que solo son conjeturas, intuiciones para poder ganarse las lentejas y en el mejor de los casos, simples sugerencias.

La utilización impune de la mentira para mantener o desviar el foco de atención, por aquellos individuos que por su formación, el destacable papel que juegan en la sociedad deberían mostrarse como un espejo de honestidad, resulta ofensivo. El consumidor reclama seriedad, rigor en la información, una conducta que priorice el respeto. Pero resulta que padece un periodismo ponzoñoso y de trinchera en el que la burda manipulación en el vil intento de destacar o debilitar al rival, campea por bandera.

En los actuales tiempos, los pinochos han entronizado la confusión y la utilización tramposa del lenguaje complicando estúpidamente las palabras. Por ejemplo: ¿por qué se pronuncia confusionismo cuando la palabra es confusión?, ¿por qué una palabra tan horrible como culpabilizar, navega como un verso suelto existiendo la palabra culpar? Sin duda que se acabará llamando al pan vino y al vino pan. Luego, ocurre lo que le pasó a aquel célebre tenor al que actuando en un teatro de Cartagena se le escapó un gallo y, para escapar de la apurada situación, soltó aquel desgarrado y agónico grito: ¡Viva Cartagena!

Mientras tanto, el archiduque en su loable empeño de salvaguardar su imagen, se desentiende de provocaciones y no entra en ninguna reyerta. Prefiere esperar agazapado e inmóvil como un caimán en el fangoso pantano dejando solo asomar sus gafas, observando como el resto de la fauna salvaje, se mata a dentelladas. Alguien pudiera interpretar que el caimán no tiene dientes, que solo es un pela_gatos… o confundirlo con don Tancredo, en la Wikipedia.

Disculpen los lectores y particularmente las damas, la brusquedad de algunas expresiones que el barón ha utilizado, impropias de un caballero habituado a rimar líricas y delicadas composiciones poéticas. Si bien y en su descargo, habría que considerar que en los actuales tiempos que corren, cuando frecuentan los exabruptos y los términos soeces se engarzan como si fuesen guirnaldas, algunas palabrejas no hacen sino rebajar el tono poniendo en ambiente lo dicho.

El barón es un caballero al que se recibe en la “round table”, a veces incluso en la mesa camilla, razón por la que con el yelmo en la mano e inclinándose levemente sin torturar su sufrida espalda, vuelve a pedir perdón a las señoras y a los caballeros de acreditada virtud que lean su manuscrito. En los tiempos que corren, cuando la obscenidad encuentra cobijo y respaldo en los medios de comunicación, cuando las mozuelas escupen procacidades y los hijos pegan a sus madres, nada nos tiene que sorprender.

Son tiempos que habremos de expiar porque en el templo sagrado de la información, los pinochos se manifiestan con un puñado de frases tabernarias y patibularias sin que sus bustos de granito, salten al aire en mil pedazos. Por todo lo que antecede en su escrito, el barón piensa que su crónica de hoy es de sacristía, la ocurrencia de una moza pudorosa o el desahogo del hermano mayor de la cofradía, tras detenerse la procesión por enésima vez a veinte calles de la arribada.

El barón ha leído tanto de su querida España, que mira lo que sucede desde un caleidoscopio donde para su espanto, hay muchos días de la marmota. Un país que tiene poca memoria y en el que se practica el cainismo. El éxito además de envidia genera odio. Se dice: que un pesimista es un optimista bien informado. Como bien decía aquel maestro que se esforzaba por hablar claro intentando evitar los exabruptos: ¡qué ce joan!

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